Deja esta puerta abierta para saber que volverás.

Quizá no te diste cuenta, amor,  
pero al irte te dejaste la puerta abierta. 
Ni siquiera me dio tiempo a limpiar mis penas cuando me miraste con tu preciosa nocturnidad 
y decidiste no cerrarla.  
Después te vi por la ventana atravesar la calle lluviosa de mis mejillas 
con esos pasos tuyos que siguen hasta las estrellas
- y mi mirada –
y no pude evitar sonreír
pues nadie deja la puerta abierta si no esta segura de que volverá.  

No me arrepiento de nada. 
Arrepentirse seria pensar que todo esto estuvo mal, que no valió la pena; 
pero estas penas me han empujado a seguir adelante,
contigo, amor, 
mantener el equilibrio 
en este precipicio 
en el que ninguno de los dos tuvo razón.

Que no, que no estuvo mal, 
que solo te pido que confíes en mi para seguir; 
que no quiero ser guía sino que me guíes al cielo de tus labios,
hogar donde cacé las estrellas que guardo para ti, junto a nuestros recuerdos, en un pote de cristal, 
que saco a la luz de la luna para decirte que quiero vivirlos otra vez.  

El camino se ha estrechado en este punto
y ya no sirve de nada dar mas rodeos.  

Mírame a los ojos, en este reflejo nocturno,
y desea conmigo que no llegue un amanecer, 
que el sol se canse de dar vueltas a nuestro alrededor
y se tome un descanso eterno,
tiempo en el que nos susurraremos los sutiles engranajes que nos pusieron
(y nos ponen) 
en movimiento.

Que no, que nada estuvo mal, 
solo que cruzamos este precipicio a ciegas. 

Estuvo mal no darte la mano cuando me la ofreciste, 
creer que podría con todo esto solo.  

(La virtud de un necio es convertir su mentida en verdad
y creer que por ello esta en lo cierto).   

Pero ahora lo cruzaremos a tu manera, la que debimos hacer desde el principio.  

Hemos dado el primer paso; ahora toca el segundo.  
Pero antes de eso 
sujétame, 
cógeme de la mano, 
porque sino voy a ser yo quien vaya a caer. 
—y demasiadas cosas debo hacer aun junto a ti 
para que todo esto acabe tan rápido—.

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