Pensamientos - el arte del silencio impreso

Pensamientos es aquel sitio donde la visión de un mundo queda plasmada. Quizá por necesidad, por satisfacción o por mera vanidad -hoy por hoy pueden ser sinónimos -me parece sensato escribir mi visión del mundo, mi entender sobre conceptos y mis sensaciones de la actualidad. A los que por cualquier razón nos cuesta dar opinión y enfrentarnos a una postura mediante el habla, los espacios de reflexión se limitan prácticamente a las letras escritas, muchas veces expuestas en el más profundo anonimato. Pero creo que, si se tiene algo que decir, por muy banal que pueda llegar a ser aquello que se quisiera compartir con el mundo, se debe buscar cualquier lugar cuyo fin sea su difusión, aunque sea meramente personal.

Pensamientos, como sección, se propone realizar dicho fin, para que cualquier idea -ya lo dice el título -que crea que es necesario desarrollar tenga un lugar en la que se pueda disfrutar o maldecir. Por lo tanto, un lugar en el que depositar todas aquellas ocurrencias que crecen en silencio pero que, a mi humilde y subjetivo entender, deben ser impresas. Por eso, el primer apartado del que he decidido escribir, con el permiso de Schopenhauer, está relacionado con el arte del silencio impreso o la forma de transformar lo inaudible en una casi imperceptible onda sonora, que no menos entendible ni menos virtuosa. 

Si la escritura se desarrolló hace 5000 años fue por un motivo y con un fin tan digno como el de la memoria. Y es que el desarrollo del comercio propició un sistema para recordar bienes disponibles, costes y beneficios -irónico que una ciencia como la economía desarrollase un arte como la escritura -aunque pronto se le encontró una utilidad mas propia de su ámbito con una obra llamada La epopeya de Gilgamesh, de la que, por cierto, La Sagrada Biblia toma ciertas referencias. Actualmente escribir se ha transformado no solamente en un método de memoria o de narración. Su importancia recae en algo incluso más elevado que eso: la difusión y el legado. Y es que la difusión, mucho antes de Gutenberg o Twitter, forma un corpus universal que vincula la memoria y la narración entre individuos dispersos y desconocidos, haciendo que incluso el ajeno al mundo pueda sentirse parte colaborativa de él, pues la escritura no sería nada sin alguien que tuviese la capacidad de leerla y, de esa forma, tramitarla también hacia otros individuos sucesivamente. Es el legado pero, a mi humilde parecer, el principal corpus de la escritura, pues éste tiene la capacidad de convertir aquello efímero en eterno, paseando indefinidamente por los caminos de la historia como un perpetuo errante de información tan infinita como abarque el espacio y el tiempo. Ésta es su naturaleza, su relicario y su ser. Recae en el legado que proporciona el más sublime de los propósitos: albergar, por el paso de los años, la memoria y la narración del mundo entero, convirtiéndola así no solamente en un mero instrumento, un método de divulgación y preservación, sino también en un fin en sí mismo: un arte de confinamiento del saber, el sentimiento y la emoción[1].

El ser de la escritura, la naturaleza de su existencia, mantiene su fin, la memoria y la narración, en un corpus formado por el legado y la difusión. Pero hay algo que la envuelve como un capullo en su interior, permaneciendo a su alrededor desde el nacimiento de las primeras palabras. Es, a pesar de una mal lograda definición negativa, la ausencia de sonoridad. Aunque creo que su importancia recae en la propia definición negativa de sonoridad: ausencia del silencio. Pues para dejar paso a las notas más bellas del cosmos, el ruido debe desaparecer. El silencio habita en las letras desde su plasmación. E incluso antes, durante la formación del primer estímulo que dará paso a la creación. Y es que el agudo escritor -que no puede ser menos que un ávido lector -realiza su trabajo en el más profundo de los silencios, que es el sitio donde se cultivan las ideas más tenaces. Holbein retrata a Erasmo en el silencio de su despacho, misma situación en la que se encuentra el Beethoven de Stieler, quien parece haber sido perturbado momentáneamente por un inusual sonido procedente de la espesura. De la Colometa emana un silencio impertérrito, cuya mente creadora, Rodoreda, parece haber detenido el espacio temporal que corre en círculos por aquella plaza. Elvira Sastre llora y construye su Baluarte en silencio. 

Y es que el silencio no puede ser definido de una forma negativa. El silencio se hace a sí mismo. De él emanan todos los sonidos posibles, todas las ideas inimaginables, todas las razones y las creencias, el sentimiento, el vivir y devenir de las cosas. Es, bajo el paraguas del silencio, donde la escritura tiene sentido. Es, entre las ramas de su árbol, de donde brotan los frutos más dulces del conocimiento, pues encuentra allí su más singular esencia, la identidad misma en la que se ha realizado la creación literaria. Como ya he afirmado antes, del ruido no pueden emanar las notas más bellas. Hay que ausentarlo del momento para dar paso a algo mejor, algo que pueda quedar grabado en el firmamento.

La escritura conoce y contempla en el fin su existencia. Pero aun más, tiene una naturaleza, un corpus, y una esencia misma. No es un medio, es un arte. No es ruido, es un bello silencio sonoro. Un susurro audible en el instante y el momento, ausente al paso del tiempo y eterno en el devenir de la historia. Será por ello que la definición más aproximada -un platonismo- de la plasmación de ideas en la palabra escrita, sea la de el arte del silencio impreso.


[1]Observando a Władysław Tatarkiewicz, de la expresión de ideas, emociones y una percepción del mundo a partir de su finalidad comunicativa y estética. Arte.

Comentarios

Entradas populares